Recuerdo
perfectamente la mañana de mi décimo cumpleaños. Me levanté radiante, inquieta,
enérgica, optimista. Tenía el presentimiento de que ese era el día en el que
por fin sería mío. Rasgué sin ningún
cuidado el papel de regalo y cuando abrí la caja, ¡oh!, ahí estaba.
Relucía como un diamante, relumbraba destellos plateados y olía a nuevo. Era un
precioso walkman, lo más top del
momento. Y a partir de ese día, lo cuidé y lo mimé incluso más que a mi tamagotchi, que relegué a un segundo
plano. Lo curioso es que no recuerdo en qué momento exacto me despedí de él.
Pero Apple impulsó el entorno del mp3 y el iPod y luego llegaron los teléfonos
inteligentes. No obstante, como todo fin tiene un principio, hoy resucitaré de
sus cenizas al famoso reproductor
portátil de CDs.
A mitades de la década de los ochenta,
cuando el mercado de los CDs se iba popularizando entre el gran público, Sony
apostó por potenciar el desarrollo de los reproductores, conocidos bajo el
nombre de Discmans. Sin embargo, tuvimos
que esperar unos cuantos años para que la tecnología avanzase y surgiesen los
más codiciosos y avanzados modelos, que a partir del 2000 pasaron a ser
llamados CD Walkmans.
La cuestión es, básicamente, que a mí no
me importaba qué nombre quisieran ponerle los japoneses, sino que por fin podía
escuchar la música que me gustaba en el coche sin tener que aguantar las
horribles elecciones de mis padres, en el autobús camino del instituto, en la
biblioteca, paseando… Y ni un día salía de casa sin, en el otro bolsillo, su
imprescindible compañero, el estuche porta CDs. ¡Una veintena cabían ahí
dentro! Algunos con los títulos puestos en pegatina, en otros bien escrito con permanente
negro y, los que no tenían nada, los reconocía como si fuesen mis hijos. ¡Sin
internet, sin youtube y sin spotify!, sólo CDs. Y que fuesen
originales, porque como tuvieses el modelo que no leía copias falsas…
Deciros, nuevas generaciones, que no
siento empatía por los que manifestáis sufrir a la hora de manejar o llevar con
vosotros los últimos modelos de Iphone
o Samsung tamaño XL. Porque cuando
buscas en la RAE la definición de sufrimiento, esta es: “dolor que se siente
ante la impotencia de una lucha perdida contra la manera confortable de llevar el
walkman”. ¿Existía alguna forma cómoda de transportar esa piedra contigo? Los
más osados jugaban a los vaqueros del oeste, enganchando el walkman al cinturón cual pistola. Los
más discretos, lo colocaban en una funda que colgaba con una cinta del cuello.
Y ante tal desesperación, los fabricantes decidieron ser generosos y, en las
mochilas, habilitar un pequeño agujero a través del cual pudieran salir los
auriculares. ¡Alabado sea aquel al que se le ocurrió esta magnífica idea!
¿Salir
a hacer footing sin música? Sí,
sobrevivimos sin eso también. Pero ya no era solo correr. Si tu dispositivo no
contaba con el sistema anti-shock, que
permitía que la música no se detuviese ante cualquier movimiento brusco, lo
llevabas claro… Ya dijo Platón que la música es para el alma lo que la gimnasia
para el cuerpo. Así que, a pesar de tus inconvenientes, gracias walkman por ser el pionero en hacernos
la vida un poco mejor. Los que pertenecemos a la generación Messenger siempre
recordaremos el valor que poseen los clásicos.
Buah sí, recuerdo perfectamente cuando tenía uno, ¡¡¡era genial!!!
ResponderEliminarEra un tocho, es cierto, ¡pero todo un clasicazo!
Me encanta el estilo con el que está escrito este artículo, juvenil y entretenido: muy Generación Messenger
ResponderEliminarMe gusta el estilo empleado en esta entrada, muy juvenil y entretenido para tratar un tema como este. Cómo me acuerdo de mi primer walkman, de hecho todavía lo tengo y funciona perfectamente.
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